miércoles, 13 de octubre de 2010

Pequeña Lady R.


Faltaba un trozito.
Un día Lady R. se dio cuenta que una parte vital le estaba faltando. Adolecia de ese complemento, que la hiciera sentir completa.
Lady R. quería verlo, quería olerlo, quería sentirlo. Aunque estando a su lado se tornaran insoportables las ganas de entregarse a ese aluvión por completo.
Sin quererlo había conocido algo que no buscó. Y fue solo al encontrarlo que comprendió que algo le estaba faltando.
Se encuentra frente a él, temblando. No puede mirarlo a los ojos... teme que su mirada revele la tormenta que lleva dentro de ella, todo lo que la hace vibrar en cada milímetro de su cuerpo. Sus bellos se erizan, su voz tiembla, sus piernas se debilitan. Y todo en un segundo de encuentro, en un choque casual, un mediodía inesperado.

Inesperados los últimos meses. Inesperado que tan pronto se convirtiera en una necesidad, en un hábito, en un hobby, en un constante pensamiento mono temático, en una melodía melancólica interpretada por una de sus bandas preferidas; en alguien cuasi perfecto (la imperfección dada por la separación de sus cuerpos); en algo de lo que busca hablar cada vez que no lo siente cerca; en algo para observar (adorar) cuando lo tiene enfrente.

Solo es ella y él. En su mente, es suerte conocerlo. En su corazón una tortura el no tenerlo.
La imagen de su complemento es simplemente perfecta. Vuelve una y otra vez su imagen. Alucina. Desea. Busca desesperadamente regresar, volver a experimentar la situación, el éxtasis de estar en sus brazos, sentir sus labios tibios sobre los suyos. Mirarse y sonreír.
Chocan, no puede mirarlo, evita sus ojos. La invade la idea de que si tan solo llegara a rozarla... podría desintegrarse, derretirse, desarmarse en cientos y cientos de pedazos... todos y cada uno buscarían irse con el.

Tan pequeña Lady R. y tanto guardado dentro de ella.
Pareciera que cada segundo que pasa se convirtiera en tortura.
Imagina correr a decirle todo aquello que ya no soporta tener contenido en su interior, eso que la hace amanecer cada día con un sabor agridulce.

La despedida la desanima, solo para regresar a la espera. A la espera de volver a cruzarlo en una esquina mientras escucha su melodía preferida, y que el le prometa que nunca estará sola, que crecerán juntos, que encontró su complemento. Y cada mínimo detalle de el es perfecto.


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